viernes, 21 de mayo de 2010

Carta al profesor: ludificación del estudio


"Estimado amigo,

Sé que te va a molestar lo que te voy a decir, pero no esperes de mí ni discursos sabios ni profundos razonamientos porque estoy cansada. No quiero argumentar contigo, ni siquiera intentar convencerte. Me basta con exponerte lo que pienso desde la simplicidad de mi corazón y de mi pensamiento. Consulta el tuyo, eso es lo que te pido. Y si yo me equivoco, es de buena fe. Lo mismo si tú te equivocas, no encontraré mal en ello. Es de recibo. Y si yo pienso bien, la razón nos será común y tendremos el mismo motivo en escucharla.

Te he leído, he leído tus textos. Confieso que no he aprendido de ellos. Sincerándome, me dediqué a las lecturas que te rebatían. Los temas en los que te sumergías, esos en los que te me antojabas un collage de frases impresas disfrazando otra verdad, quizá la verdad, no revelaban apenas nada.

No te imaginas mi pesar ante tu pretensión. Dudosa una acción en la que se niega la premisa mayor: si se propone la ludificación es porque el estudio, tal como lo concibes, es, por su naturaleza, tedioso. Me pregunto si dentro de ese contexto formal acaso hoy es posible una enseñanza lúdica...

No obstante, lo intenté, me propuse que tu empresa tomase cuerpo, pero ni mi intuición ni mi razón me permitieron el autoengaño. Y me acordé de Sloterdijk y de su definición de la verdad, de aquella en la que coexiste siempre alguna parte de error, aquella que fue guardada en un granero mientras fue considerada Verdad y en un Vertedero si no lo era. En Normas para el Parque Humano, y a propósito del tema que nos ocupa, nos dice: “Forma parte de las reglas de juego de la cultura letrada que el remitente no pueda prever quién será su destinatario efectivo. Y sin embargo, no por eso se lanzan menos los autores a la aventura de poner sus cartas en camino de amigos no identificados”. Y yo acudí a ellos, a mis amigos. Te traicioné. Y me traicionaba, pues continuaba jugando a tu juego.

Extraje de esos textos la misma asimilación, acusando, en todos ellos, la misma coincidencia: el énfasis del elemento indiscutible que hacía que un juego fuese un juego. En todos ellos se mencionaba la voluntariedad o la libertad para elegir ese estado lúdico, la acción de jugar. Y es cierto. Basándonos en nuestra experiencia pretérita y para simplificar: intenta recordar nuestra infancia, cuando nos obligaban a salir al patio para divertirnos. Yo sí lo recuerdo. Y también su nefasta consecuencia.
La actividad lúdica: vinculada a la cultura, temporal, libremente aceptada, imperiosa, provista de fin, incierta, cuyo desarrollo no puede determinarse, acompañada de tensión y alegría y de una conciencia de ser algo diferente de lo que se es en la vida corriente, no puede interaccionar con el estudio que tú propones, pues no encuentro razón alguna en tu propuesta.

¿Acaso pretendiste mi tropiezo? Tu actitud genera en mí muchas dudas, tantas que, por ser quien eres y por la estima que nos profesamos, me permito recordarte nuestro temor: la angustia que genera la necesidad de ponernos en cuestión, de combinar el entusiasmo, la crítica y el respeto. Y sé de tu capacidad de entrega y sacrificio, la conozco porque te conozco. Pero tus preguntas me trastornan, y tus cuestiones, así como tu actitud.

Tú representas la colectividad. Yo la individualidad. Sé benevolente conmigo, pues yo lo soy contigo y desde la furia del indefenso te intento comprender cuando la relación de fuerzas nos distancian hasta el abismo. Permíteme, pues, la particularidad y la diferencia. El pensamiento no te amenaza, eso tenlo por seguro. Pero debes ser consciente del lugar en el que te encuentras: la escuela, el estudio obligatorio, el académico, el que no se puede ludificar. Me replicarás cuestionando mi presencia aquí. Y yo te contestaré: “Sí, cuánta razón tienes, escogí el camino, pero no tu lugar. Mi principio no es mi final."
Por aquellos amigos que jamás sabrán de mi existencia, brindo, y brindo mi experiencia contigo, contándote hoy que a mi parecer y entender no todas las actividades se pueden ludificar. Eso, estimado amigo, generalizaría la verdad de tal manera que perdería completamente el sentido. Y de ello soy consciente. Así, de momento, nos permitiremos el disfraz del juego para desvirtualizar la rigidez de/en ciertos contextos. Es decir, podremos aligerar la pesadumbre de la obligatoriedad, no siendo ni convirtiéndose este hecho en tal efecto. Yo así lo he percibido.

En mis experimentos no he aprendido como tú hubieses deseado, exceptuando alguna concreción: todo aquello que mi memoria me ha permitido captar y la rutina de la puesta en práctica de los mecanismos de ludificación. Por otro lado, debo confesarte que me han impresionado, por lo interesantes, las teorías contemporáneas sobre los juegos y sus aplicaciones en los diferentes ámbitos. Y en consecuencia, me divertí, pues fueron leídas en plena libertad y desde ella.
Te reitero la asimilación del principio básico.

Todo lo demás, lo obvio, doblemente... ”

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