jueves, 29 de octubre de 2009

ILUSOS

..."¿Qué es la verdad? La verdad es una mentira contada por Fernando Silva."...

Eduardo Galeano en "El libro de los abrazos"





"EL MAYOR DE LOS EMBUSTES, SEGUIDO DE OTRO..."


"La anarquía y la unidad son una sola y misma cosa, no la unidad de lo Uno, sino una más extraña unidad que sólo se reclama de lo múltiple". Gilles Deleuze


Por suerte o por desgracia, dependiendo del punto de vista del sujeto, objeto y acción ante la noticia, cayó en mis manos el titular del que desprendo estas palabras. Volvía a mí el significado y el tropiezo con la palabra "integración", por el envés o al contrario, siempre cuestionándome, todavía hoy, quién se debe a la integración y, ahondando un poco más, preguntándome qué es la integración en el mundo actual. Consideré, como consecuencia, la vulneración de los derechos fundamentales a los que la persona objeto del titular (y tantos otros) se vio sometida, además de observar las paradojas de los mismos. Y tales contradicciones no podían reducirse a una simple crítica a la sociedad política española (no a la civil) o a la simple casuística del acontecimiento.

Obviamente, me debía cuestionar yendo más allá, observando que la teoría (la ley) llega siempre tarde ante la realidad, y, en el proceso que nos ocupa, la sociedad, compuesta por montones de retazos de diferencias étnicas o de carencia de individualidades, se ha convertido en un conjunto de múltiples víctimas, dianas a las que atinar, bajo el yugo de la injusticia de los paradójicos derechos que los occidentales creamos, en su momento, para las sociedades occidentales: los derechos del hombre para un hombre abstracto y deshumanizado, un hombre no individual.
Como diría Julio César Carrión el envilecimiento de lo humano no es el resultado de la evolución, sino de las estructuras sociales, de las relaciones sociales de producción. Los gobiernos no sólo no garantizan la protección de la dignidad de los derechos humanos, sino que incluso los evitan o, peor, los utilizan acomodaticiamente y hasta los ridiculizan.


La existencia de la desigualdad social, la de los más desfavorecidos, la de personas que buscan en otro lugar una mejor vida, la de los indigentes, y, en definitiva, la de toda persona desamparada (sea cual sea el motivo y el sentido), corrobora la no existencia de tales derechos. Y siendo éste un fenómeno de masas se demuestra también que los derechos son inaplicables, incluso en los países que se denominan democráticos, debiéndonos considerar una masa homogénea encerrada en una "Jaula de Hierro".


La perdida de la pluralidad de diferencias, esa entrega al anonimato de las masas, ha generado un ser débil, sin recursos ni posibilidades. Y lo que es aún peor, el hombre atemorizado y carente de pensamiento libre: el orden académico, social y familiar se encarga de imponérnoslo. Se nos enseña a acatar órdenes con el fin de que crezcamos inmersos en la cadena de producción y de la mano de unas aparentes necesidades necesarias y otras que, reforzando ese modus vivendi, a su vez, son producidas por el mismo productor de necesidades. Como diría José Luis Sampedro: "Enseñar a creer en lo que no es real trae como consecuencia que no se crea en lo que sí es real" y mientras recitamos "los derechos" aprendemos a convivir con la discriminación global. No existe una legislación internacional que obligue al cumplimiento de los Derechos Humanos. Por tanto, su aplicación es selectiva y restringida. Es verdad que no somos libres ni iguales ante la ley.


Irónico y lastimoso, este hecho no es óbice para dejar de conocer los principios contenidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos como convalidación de la diferencia y de la identidad. Debemos pensar, debemos saber y tenemos la obligación de hacer, pues, como diría mi estimado Carrión, la Declaración está impregnada de esperanza y los derechos constituyen los límites contra el poder de los Estados. "


sábado, 3 de octubre de 2009

El director de mi colegio

Cuando yo tenía 15 años y cursaba segundo de bachillerato tenía como profesor de la asignatura de Historia de España al Director del centro. Se llamaba Domingo, Domingo Llucià. Nosotros le llamábamos Sr. Llucià, dependiendo de si estábamos hablanco con él, o "el Petete", si hablábamos de él.

No aprendimos nada sobre la historia de España con ese hombre y no era una cuestión de incapacidad, por su parte. Lo que ocurría es que se dormía, en las clases. Se sentaba en la mesa y decía: "hoy hablaremos de los Reyes Cató...." y ya se había ido al lado oscuro. Increíble. Siempre ocurría lo mismo. Entraba en clase, en el aula y, o bien se sentaba o bien se quedaba de pie junto a una de nuestras mesas. Y no había opción aunque estuviese derecho: empezaba a hablar y se dormía.

No te puedes imaginar cómo se despertaba cuando eso le ocurría entre pasillos. Se daba unos porrazos circenses. Y nosotros, al principio, nos reíamos porque podíamos copiar con el libro abierto durante los exámenes, y obviamente no decíamos nada. El Petete no se enteraba absolutamente de nada. Le asignábamos a alguien, por sorteo, la vigilancia del dire, por si en algún momento se despertaba, y todos aprobábamos excepto el Adell, que por ser quien era, un chaval un poco retrasado, era costumbre por parte del resto de profes y del dire el propinarle gratuitamente un "0". El Sr. Llucià roncaba, y fuerte hasta que el propio ronquido le despertaba y se trasponía. Volvía a iniciar otra frase como "en la época de..." y dale, otra vez, cabezazo durmiente.

Pasados pocos años, ya después de haber dejado yo el colegio, se nos comunicó a todos los alumos que el Sr. Llucià falleció de un ataque cardíaco, en el propio centro Y, entonces, entonces no nos reímos... Sufría de narcolepsia.