Todos los nombres y sólo uno, el de don José, en un solo libro entre todos los libros que encontré en la hermosa librería de la calle Diputación de Barcelona, en la que venden libros de segunda mano “Antiguos y Modernos”, reliquia entre reliquias porque sin saber porqué cayó por tercera vez en mis manos en lo que llevo de vida. De la primera vez ya hace muchos años y continué leyendo a Don José, entre otros, del mismo autor, hasta que el azar me lo devolvió y me hizo deleitarme como en un área de reposo, un paseo por la orilla del mar o una observación estelar y nocturna. Dosificado, como un pecado sin malicia, lo terminé y me sentí, como cada vez que leo al Don, descansada.
Fijé mi vista en esa página de tan diversos gustos así como de opiniones y advertí que alguien ya había escrito un comentario sobre “Todos los Nombres” de Don José, pero ese libro no era el mismo que yo había leído. ¡Sorpresa! Esto podía ser debido a tres causas: que el autor hubiese escrito dos libros diferentes con el mismo título, cosa poco probable; que yo no hubiera leído este libro, premisa que niego en su acción; o bien, que aquella comentadora fuese una impostora, explicación de lo más coherente ante mi propia exclamación. Cielos, ya empezamos….
El libro de “Todos los Nombres” es un relato en el que se refleja la cruel vida de un hombre, de todos los hombres, del bulto humano que es anónimo. Todo el pensamiento en una metáfora vital de dualidades (como vemos en toda la obra de Saramago), que nos hace recapacitar a través de las líneas, del pensamiento del protagonista que nos evoca hasta nuestros más recónditos adentros la eterna pregunta de quiénes somos y por qué somos.
En este libro habla la conciencia, hablan los techos, habla el cerebro, hablan las paredes, y el protagonista no pronuncia palabra más que en contadas ocasiones (con la vecina del entresuelo derecha, el farmacéutico, el Conservador, con los padres de la desconocida, con el pastor de ovejas del cementerio, con el director de la escuela, otra vez con la vecina del entresuelo derecha, y por último y de nuevo con el Conservador, cuando aplasta y coincide con el final del relato. El resto de charlas son ”imaginarias” pero tan reales como las primeras, son Saramago en su más puro estilo (literario y de pensamiento)
En este libro se juega, no como en el de la ceguera o el de la lucidez, más como en el Testamento según Jesucristo, a ser dios (es que no soy creyente, disculpen por la minúscula…) y a verlas venir si se modifican las acciones por ser también diablo, a vivir la propia vida siendo observado mientras observamos a alguien (la desconocida), o, mejor dicho, seguimos los trazos vitales de alguien a quien queremos conocer guardando un absoluto anonimato, a vivir la muerte como algo certero y desmitificado a la vez que ridículo pero solemne, y a honrarla con fichas, con papeles, con testimonios que se ríen de ella hasta arrancarla del olvido y del polvo y devolverla a la vida, es el juego de la verdad y la mentira. Es Saramago.